Becas para alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo
Le cuesta leer, su letra es ilegible, junta las palabras, tiene dificultades para mantener la atención, problemas de seguimiento visual… y llega el diagnóstico: dislexia. Nos encontramos de repente ante un montón de preguntas y un aluvión de información abrumadora y una mezcla de sentimientos de negación, temor, enfado e incluso culpabilidad. Aceptar que un hijo padece dislexia nos permitirá poder poner en marcha la elaboración de estrategias que ayuden al niño a desarrollar sus capacidades y así disminuir sus dificultades.
La dislexia es un trastorno específico del aprendizaje con dificultad en lectura/en la expresión escrita, de carácter persistente y específico, que deriva de una alteración del neurodesarrollo. Se da en niños que no presentan ningún hándicap físico, psíquico ni sociocultural. La dislexia va más allá que tener dificultades en la lectura y en la escritura y por ello debemos tener en cuenta que no existen dos personas con dislexia iguales, cada caso es único y no tiene por qué presentar la totalidad de los síntomas. Por tanto, es esencial identificar qué áreas están más afectadas en cada caso y adecuar la intervención a esas dificultades concretas.
Problemas en la lateralidad.
Alteración de las nociones espaciales y temporales.
Confusión en palabras con pronunciación similar.
Dificultad para articular o pronunciar palabras.
Trasposición e inversión de letras y/o números.
Lectura dificultosa con errores.
Problemas de concentración en la lectura o escritura.
Dificultad para seguir instrucciones y aprender rutinas.
Problemas en el equilibrio.
Dificultad en la memoria a corto plazo.
Dificultades para organizar sus pensamientos.
Problemas para mantener la atención.
Dificultades en matemáticas.
Existen dos formas de clasificar los tipos de dislexia:
Adquirida: a causa de una lesión cerebral concreta.
Evolutiva: no hay lesión cerebral concreta. Es la más frecuente en el ámbito educativo.
En función de las rutas de procesamiento o acceso al léxico que están afectadas:
Fonológica o indirecta: funcionamiento incorrecto de la ruta fonológica, es decir, la vía que emplea la conversión grafema – fonema para acceder al léxico. El niño hace una lectura visual incorrecta que provoca lexicalizaciones. Por ejemplo, puede leer “lopo” en vez de “lobo”. Los niños con este tipo de dislexia pueden leer palabras conocidas, pero les resulta complicada la lectura de palabras desconocidas, largas o pseudopalabras. También se observan errores morfológicos o derivativos, es decir, mantienen la raíz de las palabras, pero cambian los morfemas.
Superficial: trastorno en el funcionamiento visual. Los niños que la padecen no tendrán problemas a la hora de leer palabras regulares, pero sí a la hora de leer palabras irregulares, por ejemplo, del inglés. Asimismo, la velocidad lectora de estos niños disminuye cuando aumenta la longitud de las palabras, cometen errores de omisión, adición o sustitución de letras. También presentan errores con la ortografía arbitraria y confusión en las palabras homófonas.
Mixta o profunda: están dañados los dos procesos de lectura, el fonológico y visual. Provoca que se cometan errores semánticos, visuales y derivativos y pueden presentar dificultades para acceder al significado de determinadas palabras (poco frecuentes, palabras función, verbos…).
A pesar de ser un tema muy controvertido que ha generado una gran cantidad de debates, actualmente los últimos estudios con técnicas de neuroimagen parecen confirmar que la dislexia tiene una base neurobiológica. Estas técnicas han demostrado que determinadas áreas del hemisferio izquierdo muestran una reducida actividad, todas ellas áreas implicadas en los procesos lecto-escritores (circunvolución frontal inferior izquierda, el área parieto-temporal y el área occipito-temporal).
Se estima además que la dislexia tiene aproximadamente un 60% de carga genética en estas alteraciones del neurodesarrollo y recientes investigaciones han identificado una alteración de un gen en el cromosoma 15 que podría afectar a la formación de ectopias, causantes de la desorganización de las conexiones del interior de la corteza.
Es imprescindible tener en cuenta las características de cada niño a la hora de elaborar un programa de intervención que se adecúe a sus necesidades individuales. Sin embargo, podemos dar unas pautas generales para llevar a cabo una intervención de manera adecuada y lograr que el niño tenga una implicación activa en las sesiones.
Recomendaciones:
Ambiente relajado y confortable, donde el niño se sienta a gusto, escuchado y comprendido.
Conocer las características de cada niño, hablar con él, saber cómo se siente y explicarle de forma entendible en qué va a consistir el trabajo concreto y definir cuáles van a ser los objetivos. Es imprescindible que sean concretos y alcanzables.
Explicar con claridad los métodos, recursos y actividades que se van a llevar a cabo.
Proporcionar un feedback positivo, los niños necesitan sentir que progresan